Diario de la peste (11). Nuestra última oportunidad

Desde principios de febrero había clara evidencia de que la infección por coronavirus iba a golpear a Occidente de la misma forma en que lo estaba haciendo en Asia. Tiempo para pensar una estrategia común y tomar medidas transfronterizas. Nadie lo hizo y las consecuencias están a la vista. Y lo peor, cada país se rasca con sus propios medios: Europa es un senado de reproches y Estados Unidos, una isla.

Trump (como Bolsonaro) quiso negar la evidencia. Boris Johnson jugó la carta de su inteligencia extrema no compasiva: la única solución es la “inmunidad de manada”, con un detalle que le reveló el algoritmo desarrollado por los matemáticos del Imperial College de Londres: esto podía causar medio millón de muertos y la ruptura del sistema de salud británico. Y reculó a tiempo. Por suerte para él, antes de ser diagnosticado como positivo de la enfermedad. 

En España, la incompetencia de Sánchez-Iglesias ha sido manifiesta. La pareja de gobierno desatendió las señalas de alarma, invitó a sumarse a la marcha sobre el día internacional de la mujer a la ciudadanía y permitió partidos de futbol y actos públicos de toda índole hasta el 9 de marzo. Su rectificación ha sido dramática en los gestos e ineficaz en las medidas. Por ejemplo, los sanitarios españoles no fueron protegidos a tiempo y muchos están de baja por el virus. Si esto pasó en España (país desarrollado, democracia plena, sistema sanitario universal), qué esperar de nosotros. 

En México, la epidemia nos pega en el peor momento posible. López Obrador desprecia la técnica en favor de la ideología, la ciencia en favor de la superstición, la cultura en favor del folclor (no incompatibles, por cierto), la democracia representativa en favor de la democracia asamblearia y las instituciones en favor de la lealtad personal. Pero lo peor es su relación con la economía. Gobierna con el mantra liberal de la estabilidad macroeconómica (para mí algo positivo) pero desprecia lo que haría posible ese deseo (la inversión de la iniciativa privada). Su verdadero talón de Aquiles, ya antes del Covid-19, es la energía. Para todo fin práctico, la reforma energética ha sido cancelada. Y bajo una quimera de buen nombre, “Salvar a Pemex”, ha desperdiciado recursos valiosos, hoy más necesarios que nunca.

Creo, a diferencia de muchos críticos de López Obrador, que Hugo López-Gatell es un funcionario competente y un médico formado con los más estrictos estándares y que en sus manos (previo lavado exhaustivo) estamos en buenas manos. El problema es otro. El primero (y único) es que la personalidad narcisista de López Obrador se niega a reconocer, incluso ahora, que la pandemia no es contra él, no es una conjura neoliberal ni una iniciativa de Calderón. Su plan es seguir con su plan original, incluida obras absurdas, becas populistas y división de la sociedad en amigos-enemigos. Gobierna sólo con dos herramientas: las conferencias de prensa matutinas (versión moderada del Aló Presidentede ya saben quién) y las giras de trabajo. Micrófono y plaza pública para una revolución blanda que cambie a México para siempre. Pocas alforjas para tan largo viaje. Todo lo demás es conservadurismo o tareas para Marcelo Ebrard. Así que la labor del López bueno es convencer al otro López de que estamos ante un escenario no previsto, no dirigido contra él y en el que tiene que modificar sus pautas de trabajo, pensamiento mágico y relación redentora con la sociedad. Lamentablemente, es epidemiólogo, no psiquiatra. Sólo así se puede entender que tras días de postergar las medidas que se requieren, soltara la frase del sexenio: estamos ante nuestra última oportunidad.

La ilustración: Foto fija de Dos tipos de cuidado, de Ismael Rodríguez, con Jorge Negrete (Jorge Bueno) y Pedro Infante (Pedro Malo). 

Diario de la peste (10). Carlos Rangel

Escribí el nombre de Carlos Rangel (Caracas 1929-1988) y no supe qué etiqueta ponerle para tranquilizar el instinto taxonómico que implica todo comentario sobre alguien. ¿Periodista? Sin duda lo fue, no sólo por su trabajo como editor de Momentoo su columna en el semanario Resumen, sino por el programa que por lustros hizo en la televisión de su país junto a su mujer Sofía Ímber. ¿Académico? Sin duda también, con estudios de posgrado en Estados Unidos y Francia en literatura comparada y maestro de la Universidad Central de Caracas y la New York University. ¿Diplomático? Sí, aunque la afirmación es ya más tímida por lo breve de su carrera. Sirvió, sobre todo, en la Embajada de Venezuela en Bélgica como primer secretario. ¿Intelectual? Definición que todo el mundo entiende pero que nadie sabe en realidad qué significa, yo incluido. Intelectual en el sentido de que podía hablar de los asuntos públicos y su voz tenía autoridad, era relevante, sin ser necesariamente ni un experto ni un protagonista de los temas a tratar. ¿Celebridad? Sí, pero no con los alcances de un político fantoche o un beisbolista de las mayores. Lo fue porque junto a Sofía Ímber formaba una pareja poderosa dentro de la alta cultura caraqueña. Ímber fue la creadora y directora del Museo de Arte Contemporáneo, la mejor institución de su tipo en América Latina hasta su inevitable pleito con la revolución bolivariana. Chávez incluso tuvo la delicadeza de destituirla en vivo durante la transmisión de su programa vespertino Aló Presidente

Carlos Rangel, periodista, académico, diplomático e intelectual venezolano, fue sobre todo un pensador liberal preocupado por la deriva totalitaria del continente. Su talante lo determinada su programa de televisión. En ese banal horror que se llama Venevisión de la familia Cisneros (gemelo ideológico de Televisa en México), se empeñó por muchos años en defender el periodismo de opinión exigente y la entrevista retadora. Rangel e Ímber no le daban a la audiencia lo que pedía (para eso estaba Miss Venezuela y ciertas telenovelas en la misma cadena) sino que le ofrecían contenido de alta calidad y apostaban por la inteligencia del telespectador y no a su modorra. Escribí ciertas telenovelas porque Venezuela fue la cuna (junto a Colombia) de una revolución en el formato y alcance de este género, que hunde sus raíces en la novela de folletín del siglo XIX. De la mano de José Ignacio Cabrujas, un pequeño grupo de escritores (Ibsen Martínez, Luis Zelkowicz y Alberto Barrera, por ejemplo) logró lo impensable: darle la vuelta al eterno cuento de la Cenicienta y hacer que la pantalla reflejara de manera más exacta los dilemas de la naturaleza humana. 

Si el talante de Rangel quedó atrapado en los archivos de la gran pantalla, su legado está en un libro: Del buen salvaje al buen revolucionario. Se trata de un intento serio, sistemático, de entender por qué América Latina es la expresión de un fracaso histórico, y Estados Unidos, la culminación exitosa del sueño europeo sobre América.

Escrito entre 1974 y 1975, el libro nace de una sugerencia de Jean François Revel. Por ello se publicó primero en francés, en Editions Robert Laffont, y por ello llevó el prólogo del autor de El conocimiento inútil. El libro de Rangel fue muy polémico en su momento, activamente combatido desde las universidades públicas y la prensa comprometida, incluso repudiado, y luego, lentamente, olvidado, aunque ahí están (como en El ogro filantrópicode Octavio Paz y en La tentación totalitariadel propio Revel, libros coetáneos) las claves para entender la fragilidad democrática de nuestro continente.

En esta relectura (no todo son relecturas, pero esta sí lo es) no me ha interesado tanto la tesis histórica de Rangel, que desprecia, quizá por ser Venezuela una parte relativamente marginal del Virreinato de la Nueva Granada, la fuerza civilizatoria de la Monarquía Hispánica en América para privilegiar los logros democráticos y ciudadanos de las trece colonias británicas de América del Norte. La tesis de Rangel es que las colonias hispanas se basaron en el trabajo esclavo (abierto de los africanos traídos a la fuerza y velado en el caso de los indígenas en las encomiendas y haciendas) y las colonias inglesas en el trabajo de los colonos. La América española era el reino de la Contrarreforma y el absolutismo, y las colonias inglesas, de la libertad religiosa y el derecho consuetudinario. 

Rangel ignora, por ejemplo, que la primera globalización comercial empezó en México con la ruta de la Nao de China. Tras la conquista de Filipinas por Felipe II, expedición organizada y financiada desde la Ciudad de México, España abrió una ruta comercial alterna a la ruta de la seda que conectó de manera comercial Asia, América y Europa a través de los puertos de Manila, Acapulco y Manzanillo, Veracruz y el puerto dulce de Sevilla, más la ruta terrestre por el centro la Nueva España.

En cambio, es deslumbrante el análisis político de América Latina, la necesidad del hombre providencial que por sí mismo puede rescatar a un país o una sociedad y cómo el caudillo decimonónico, dueño de vidas y haciendas, se trasmutó en el revolucionario justiciero. Así, la utopía arcaica del poblador original, puro y angelical, tiene su culminación lógica en la historia, tras una vulgata marxista mal digerida, en el Hombre Nuevo.

Las páginas del libro en que analiza a Juan Domingo Perón son inmejorables, la mejor explicación que he leído para entender cómo un país de los alcances de la Argentina se precipitó ciega a su destino latinoamericano por vía del populismo peronista. Lo mismo hace con el gobierno de Velasco en el Perú. 

Tres figuras son centrales: Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador del APRA peruano y el pensador más dotado del continente para proponer un modelo de izquierda democrática no dependiente de la Unión Soviética; Rómulo Betancur, el restaurador de la democracia venezolana, y la figura mercurial de Fidel Castro, culminación y semilla de todos los males latinoamericanos.

Para México, que analiza con una fineza y una precisión que recuerdan las palabras de Vargas Llosa sobre la dictadura perfecta pero dichas dos décadas antes, la parte más útil hoy es, sin embargo, el análisis del gobierno de Salvador Allende. El chileno interpretó su victoria electoral, en el marco de una democracia representativa e institucional, como una licencia, no concedida ni por las leyes democráticas ni por su espíritu, para hacer una revolución desde el poder, pacífica pero radical. Su fracaso fue el fracaso de tres generaciones de chilenos, y sus ecos, incluida la pútrida dictadura de Pinochet, llegan a nuestros días. Y digo la parte más útil para México hoy porque López Obrador ha dicho de sus años de estudiante en la UNAM que la figura que lo lanzó a la conciencia política fue Salvador Allende.  

P.D. Carlos Rangel se suicidó el 15 de enero de 1988. Imposible entrar en la mente del suicida, pero se sabe que es un comportamiento más genético que vivencial, aunque lo puede disparar hechos concretos. Su mujer decidió ir al programa de televisión compartido como un homenaje a su marido. Su gesto fue malentendido. Hoy sería linchada en las redes.  

Diario de la peste (8). El dilema del gobierno.

México parece tener la epidemia de COVID-19 bajo control. Ajeno al exponencial crecimiento de los países del resto del mundo que la padecen, la curva en México no crece. Los contagios (cuya información está estrictamente centralizada y se anuncian una sola vez al día) crecen, pero en un número fijo, nunca mayor a dos dígitos. Esto debería ser motivo de alegría e incluso de legítimo orgullo. Las causas de este suceso médico sin precedentes podrían ser tres:

1.- La sociedad se adelantó al gobierno (al seguir los desastres externos en una era globalizada) y guardó sana distancia a tiempo, actuando por su cuenta, lo que ha logrado frenar el crecimiento, sobre todo en las grandes urbes. Como en el 85, tras los sismos, la sociedad fue más rápida y eficaz que su gobierno. El problema de esta hipótesis es que desafía la lógica de todo contagio colectivo: la cuarentena no puede ser parcial. Si la mitad de la población decidió acatar las sugerencias del presidente de seguir con su vida normal, como él mismo hace (despreciando incluso el gesto simbólico de ponerse gel en las manos antes de entrar en un salón abarrotado de periodistas), entonces el virus sigue rodando entre nosotros, con la gelatinosa proximidad con que vivimos los mexicanos: en el metro y las combis, en las fondas y los parques, en los mercados públicos y en las oficinas de gobierno. Con un problema adicional: la notoria carencia de jabón y agua corriente en los baños públicos. Puede darse incluso la situación en que las clases medias y altas, bien pertrechadas en sus casas, tengan una tasa de infección menor con el tiempo y muchos mejores recursos hospitalarios a su alcance. 

2.- El clima: se trata de un virus estacional, como la influenza, y en el verano del hemisferio norte se frena. México está justamente en el periodo del año más seco y cálido (más allá de su latitud) y la capacidad de contagio del virus es menor. Por eso se anuncia que el pico llegará en el corazón del verano, con la temporada de lluvias. El problema de esta hipótesis es la forma en que parece estar desplazándose el virus en el hemisferio sur, ajeno a esta lógica estacional. 

3.- La magia: la raza mexicana (¿?¿?) es ajena a los virus extranjeros; la fuerza del Detente del Sagrado Corazón de Jesús está subvalorada; la sanación del pueblo por el pueblo es real. E incluso la altamente moral y científica “hipótesis Barbosa”, en estudio para ser incluida en Science, de ser un virus que sólo afecta a los ricos de cuna (no a los nuevos ricos como él, hijos de la política). 

Los dos países con los que tenemos más contacto habitual, Estados Unidos y España, enfrentan un crecimiento alarmante de los contagios y los muertos. Incluso se da esta paradoja: en San Diego y Tijuana, ciudades hermanadas por el cruce de frontera más intenso del mundo, el panorama es radicalmente distinto: La pesteal norte, El primer hombreal sur. 

Permítanme, por lo tanto, que descarte las causas del “segundo milagro mexicano” y ofrezca una hipótesis, compartida por muchos: el limitado número de contagios es proporcional al limitado número de pruebas. Estamos ante un subregistro colosal de la enfermedad. Vamos a ciegas.

Con esto no trivializo el dilema del gobierno, entre enfrentar la pandemia con medidas extremas (y afectar la economía de supervivencia de millones de personas) o privilegiar la economía popular pese al riesgo sanitario. Entiendo las reservas del gobierno para declarar una reclusión social rígida: la mayoría de la población vive al día, muchas casas no tienen las mínimas condiciones de higiene y los costos humanos de una debacle económica pueden ser mayores que apretar los puños e invocar el estoicismo del pueblo. 

La clave sería, en cualquier caso, que el debate entre políticos y científicos en el interior del gabinete no sea determinado por el capricho personal del presidente. Curiosamente una calamidad así, que pone sobre la mesa de nueva la idea de un nosotros colectivo, podría ser la gran oportunidad para el presidente de convertirse en el líder de todo el país. El verdadero Juárez nació con la fatalidad de la invasión francesa: más hijo de los zuavos que de Guelatao. Para ello, tendría que reconocer que sus planes iniciales son irrealizables, que la división de la sociedad entre partidarios y adversarios es inconveniente y que gobernar con gestos y encono es un camino peligroso.

Me gustaría que el sistema de salud estuviera haciendo pruebas a todo su personal para garantizar que la primera línea de frente a la epidemia está en condiciones. Y que trabajara como si ya estuviéramos en el pico de la pandemia. Adecuando camas y hospitales, construyendo nuevos, comprando y fabricando de manera masiva de equipo de protección y respiradores. Y exigiendo el apoyo del sistema privado, con una cuota de camas y equipo a disposición del público en general.

Me gustaría que el gobierno hiciera un llamado a la solidaridad de la sociedad civil. Se llevaría una grata sorpresa. La fuerza industrial y científica de México es enorme. Solo hay que saber invocarla y encauzarla. 

Me gustaría que estuviéramos en cuarentena general, con los servicios mínimos garantizados (producción, distribución y venta de alimentos y medicinas) y con normas claras e iguales para todos, con un calendario y una métrica claras. 

Me gustaría que hubiera instrucciones nítidas para todos los niveles de gobierno y una coordinación armónica de la federación.  

Me gustaría que las decisiones gubernamentales de los próximos meses estuvieran guiadas por la medicina y la ciencia, por los técnicos y no por los rudos del gabinete. Por el cerebro y el corazón, no por la epidermis o el hígado. Me gustaría que le presidente dejara de ser un foco de contagio simbólico para volverse una fuerza moral.  

Me gustaría una estrategia de apoyos masivos a las clases bajas y medias, a los micro y pequeños empresarios que incluyera el aplazamiento del pago anual de impuestos a personas físicas (y morales hasta cierto tope) mientras dure la cuarentena.

Si la lógica del avestruz continúa, en las próximas semanas vamos a ver la saturación del frágil sistema de salud, miles de muertes evitables y dolor sin fin, sobre todo en el pueblo llano. México será, además, un país aislado y desprestigiado. Las consecuencias pueden ser impredecibles. Llanto y crujir de dientes, por usar palabras bíblicas.Al presidente de México le importan dos cosas: el amor del pueblo (valor inasible y manipulable por asesores y validos) y su lugar en la historia. Ambas variables están en el aire y, lamentablemente, parecen ser incompatibles. ¿Águila o sol?

Diario de la peste (5). Un primor

Las palabras del presidente causaron verdadero estupor. En su twitter personal @lopezobrador escribió: “Me la comería a besos, pero no puedo por la sana distancia. Es un primor”, junto un video donde una niña ataviada con el traje mixteco, en Tlaxiaco, le recita de memoria una composición. Sostenida en vilo, de manera incómoda para padre e hija, la niña demuestra buena memoria y control de los nervios.

El tuit refleja la característica más preocupante del presidente: su absoluta incapacidad para aceptar la crítica. En realidad, el tuit es una respuesta a los reproches que había recibido días antes por besar, casi morder, el cachete de una niña. También es casi una ironía ante el estado de alarma ciudadana por la extensión de la pandemia del Covid-19 y la inacción del gobierno. En dos semanas, que no diga nadie que no podía saberse o evitarse.

Lo que no se ha hecho es revisar las palabras aprendidas por la niña y su significado. Hagamos un repaso:

El compromiso con el Sureste quedó en el olvido hace más de tres generaciones [medidas a lo Ortega y Gasset, el abandono es desde 1945, con la llegada de Miguel Alemán al poder. Medidas a lo Luis González y González, el abandono es desde 1975, congruente con la ideología oficial de culpar todos los males a un enemigo cómodo e inventado: el neoliberalismo, salvo que se brinca el sexenio de López Portillo].

Usted es el hombre que nos devolverá esa gran cultura, la grandeza del pasado [toda cultura que depende de un hombre para recuperar su grandeza perdida tiene serios problemas, o su grandeza era fingida y frágil. La idealización del pasado indígena es pura demagogia, el mito del buen salvaje de nuevo entre nosotros].

Usted, presidente, tiene el poder de evitar cientos de muertes cada año, por falta de atención en un hospital de especialidad [qué miedo un funcionario que quita y da vida. Lo perverso de esta lógica sería su opuesto: por lo tanto, también tendría el poder de causarlas sin esos hospitales]. Muchos antes de usted nos prometieron algo que jamás cumplirían, nos ilusionaron, nos dieron la espalda con absoluta indiferencia a nuestras necesidades [ese algo, el hospital de especialidades, empezó en ese tiempo oscuro, terrible, esas tinieblas lúgubres del neoliberalismo y su inauguración, otra vez pospuesta por cierto, pero la niña cómo iba a saberlo, es gloria máxima del presidente actual. Oportunismo de la peor ralea].

Presidente, estamos con usted, su gran proyecto de nación. Nosotros somos sus aliados en esta cruzada para rescatar a México. Su cuarta transformación cada día se fortalece más y ya nadie la puede detener [nadie debe ofrecer, en una democracia, su apoyo irrestricto y acrítico. Menos de un menor sin derecho al voto, aunque se infiere que habla en nombre de los mixtecos. Nadie debe pedirlo. La democracia no puede ni debe ser producir cambios definitivos. Todo es revisable, reversible, y las minorías tiene derechos también]. Cuando se vaya y esté en su oficina [inconcebible en un hombre de poder que esté en el futuro en algún lugar distinto a una oficina] o en algún lugar del país [o de gira permanente], recuerde que Tlaxiaco lo quiere y le vivirá eternamente agradecido por darle esto que beneficiará a muchos mixtecos, generaciones hablarán de usted y su capacidad de entender nuestras necesidades [y será leyenda su figura, por supuesto, por venir en plena pandemia a no inaugurar un hospital].

¡Que viva el presidente Obrador! [Nos comemos el López, por común.] ¡Que viva el verdadero amigo del pueblo! [Desde luego, hay falsos amigos del pueblo.] ¡Que viva el presidente de los compromisos cumplidos! [Hospital aún no inaugurado, perdón que insista.] ¡Que viva el presidente humano! [Ciertamente los ha habido animales.] ¡Que viva el presidente que dormía con los más necesitados! [La biografía personal sobre su estancia con los chontales vuelta mito popular al año y medio de gobierno.] ¡Que viva el presidente de la esperanza! [Mucha falta nos va a hacer.]

El narciso requiere la aceptación permanente, universal, incuestionada. Su inseguridad es tan grande que necesita reafirmarse todo el tiempo. La gente que trabaja con él lo sabe y permite estas cosas. Pobre, hay que animarlo, la derecha está desatada. Qué oportunistas.  

—Muuuuu. No te puedo dar beso. No te puedo dar besos, pero te quiero mucho. Te quiero mucho y qué bien lo dijiste. [Palabras para cincelar en mármol del presidente de la esperanza.]

Un tercero. Siempre hay un tercero dispuesto aparece:

—Oiga, el día primero que regrese tiene que decirlo en público otra vez.

[Pero qué gran idea:]

—Sí, ¿en público lo vas a decir el día primero? ¿Sí? Te invito. Voy a regresar yo. Bueno, pues, adiós. [La puerta de la camioneta se cierra.]

Eso era el cambio, entonces. La ridícula construcción de un culto a la personalidad que se sostiene en nada. Dejemos la crisis autoinducida, el retroceso democrático, la división de la sociedad. Lo grave es que ante esta disyuntiva no haya piloto. E imaginemos una distopía:

Un país sin crisis. Gobernado democráticamente. Con abundante inversión privada, sobre todo en el sector de la energía. Debate de altura en los medios. Un aeropuerto estratégico a punto de inaugurarse. Y un presidente, Meade o Anaya, que desde Los Pinos (aséptico y funcional), atendiendo sólo al comité sanitario y científico, guarda cuarentena, tras tomar en tiempo y forma medidas sanitarias y económicas. Los aliados apoyan. La comunidad científica aplaude. Qué suerte que tuvimos tiempo para aprender de Asia y Europa. Y entonces sí, la fuerza de la sociedad mexicana, ese pueblo bueno, se desborda, como siempre, con gestos de solidaridad en todos los ámbitos y niveles. Casi hay una competencia por ayudar más y mejor. Desde Palenque, el candidato derrotado de Morena, expresidente legítimo, es una de las pocas voces en discordia: él lo haría mejor.  

Pero, claro, no podía saberse.

Diario de la peste (2). Robarse “home”

Mucho se ha escrito de la afición al beisbol de López Obrador, deporte que permite medir la extensión y profundidad de la influencia norteamericana. De las veinte reglas de los Pantalones Cortos de Nueva York de 1845 a las Series Mundiales de la actualidad, la popularidad del juego está ligada a la extensión cultural y militar de los Estados Unidos. El Caribe, clave en el control y dominio de los dos océanos que bañan sus costas; Centroamérica, como una derivada del Canal de Panamá; México y Canadá, por ser fronteras naturales, y, tras la Segunda Guerra Mundial, países con bases militares (Japón y Corea del Sur, principal, pero no únicamente). En nuestro caso, el beis es popular en el norte, con un brazo que baja por el Pacífico hasta Sinaloa, y en el sureste, por ser área de gravitación caribeña. En Tabasco entró por el activo, y después olvidado, puerto de Frontera.

Según diversos testimonios de vecinos de Tepetitán, su pueblo de infancia, López Obrador era una bueno con el guante y aún mejor con el bat. Su jugada preferida lo retrata de cuerpo entero: al niño Andrés Manuel le gustaba robarse home. La jugada más osada y riesgosa de todo el deporte. Un corredor en tercera, con la pelota en manos del lanzador, trata de anotar corriendo desesperado al plato (o home) sin saber qué le depare el destino. O más bien sabiendo que lo más probable es que le hagan fácil out en el intento. También se trata de una de las pocas jugadas de verdad agresiva en un juego que privilegia la habilidad manual y la estrategia a la destreza física. El corredor desde tercera debe llegar antes que la pelota, sólo posible por un descuido imperdonable del lanzador, o intentar forzar la jugada de suerte que el receptor pierda la pelota en el intento de tocar al corredor. Pete Rose fue una leyenda en la forma en que entraba a home.

La jugada tensa al bateador, del mismo equipo que el corredor, que siente la responsabilidad de hacer contacto con la pelota para evitar lo inevitable, con el riesgo de batear elevado y que la jugada, si van menos de dos outs en la entrada, provoque un doble play vergonzoso. Ruina aún más dolorosa por innecesaria: el corredor ya estaba muy cerca de anotar, factible con casi cualquier contacto del bateador, incluso si es out él mismo (y no es el tercer out, con lo que se cerraría la entrada).

Robarse home es casi suicida e innecesario, pero si se consigue es espectacular y consagratorio. Refleja una pulsión autodestructiva, pero también narcisista: pone todos los reflectores en un solo jugador. López Obrador ha intentado robarse home muchas veces en su carrera política. La ocasión más clara fue en 2006, con el “fraude del fraude”, el cierre Reforma y demás intentos de obtener en las calles y plazas lo que habían negado (por muy poco) las urnas. La “presidencia legítima” que se desprendió de ese engendro fue la botarga que entretiene entre actos, pero ésa es otra historia.

Con la crisis del Covid-19, la presidencia de México quiere robarse home. Su inacción, desoyendo consejos y experiencias de otros países, es una apuesta insensata. Taiwán, China, Corea del Sur y Japón han logrado frenar el contagio. Europa y Estados Unidos luchan con medidas extremas por culpa de su retraso inicial. Lo van a conseguir en unas semanas, pero a un costo excesivo. Así pasa con crisis imprevistas. Nadie quiere sacrificar sus certezas. México está en la línea del desastre. Un sistema de salud endeble y debilitado, una población con altos índices de sobrepeso y diabetes, y un gobierno que niega una pandemia que ya está entre nosotros. Como los soviéticos antes Chernobyl, el gobierno de México esconde la cabeza tras una estampa del Corazón de Jesús.

En el 85, tras los sismo del 19 de septiembre, la sociedad rebasó al gobierno. Ahora pasa lo mismo: los ciudadanos están extremando precauciones por sí mismos y haciendo cuarentena voluntaria. Es emocionante. Se multiplican las voces de solidaridad. Lamentablemente, estas medidas serán insuficientes. Se requiere un plan nacional de obligatorio cumplimiento. ¿Qué va pasar cuando en dos semanas los hospitales, de por sí rebasados, dejen morir a los pacientes en las banquetas? ¿Están dispuestos los miembros del Consejo Nacional de Salud a asumir miles de muertes evitables por el capricho de un corredor suicida en tercera base? ¿Nadie en el gabinete va decir nada, incluidos sus integrantes de mayor edad? ¿Quién será el pitcher que rompa el contacto y obligue, por ley, a regresar a la base?

El beisbol profesional es un juego basado en las estadísticas. Las pandemias también. Necesitamos que López Obrador deje sus hábitos de jugador llanero y se vuelva un profesional. No para su anhelo de las Ligas Mayores, pero sí para el juego que fue electo: privilegiar la salud de sus ciudadanos.

P.D. Ilustra esta entrada el cuadro de Abel Quezada El fílder del destino, que resume la soledad compartida, valga el oxímoron, que sentimos muchos en estos momentos.