México parece tener la epidemia de COVID-19 bajo control. Ajeno al exponencial crecimiento de los países del resto del mundo que la padecen, la curva en México no crece. Los contagios (cuya información está estrictamente centralizada y se anuncian una sola vez al día) crecen, pero en un número fijo, nunca mayor a dos dígitos. Esto debería ser motivo de alegría e incluso de legítimo orgullo. Las causas de este suceso médico sin precedentes podrían ser tres:
1.- La sociedad se adelantó al gobierno (al seguir los desastres externos en una era globalizada) y guardó sana distancia a tiempo, actuando por su cuenta, lo que ha logrado frenar el crecimiento, sobre todo en las grandes urbes. Como en el 85, tras los sismos, la sociedad fue más rápida y eficaz que su gobierno. El problema de esta hipótesis es que desafía la lógica de todo contagio colectivo: la cuarentena no puede ser parcial. Si la mitad de la población decidió acatar las sugerencias del presidente de seguir con su vida normal, como él mismo hace (despreciando incluso el gesto simbólico de ponerse gel en las manos antes de entrar en un salón abarrotado de periodistas), entonces el virus sigue rodando entre nosotros, con la gelatinosa proximidad con que vivimos los mexicanos: en el metro y las combis, en las fondas y los parques, en los mercados públicos y en las oficinas de gobierno. Con un problema adicional: la notoria carencia de jabón y agua corriente en los baños públicos. Puede darse incluso la situación en que las clases medias y altas, bien pertrechadas en sus casas, tengan una tasa de infección menor con el tiempo y muchos mejores recursos hospitalarios a su alcance.
2.- El clima: se trata de un virus estacional, como la influenza, y en el verano del hemisferio norte se frena. México está justamente en el periodo del año más seco y cálido (más allá de su latitud) y la capacidad de contagio del virus es menor. Por eso se anuncia que el pico llegará en el corazón del verano, con la temporada de lluvias. El problema de esta hipótesis es la forma en que parece estar desplazándose el virus en el hemisferio sur, ajeno a esta lógica estacional.
3.- La magia: la raza mexicana (¿?¿?) es ajena a los virus extranjeros; la fuerza del Detente del Sagrado Corazón de Jesús está subvalorada; la sanación del pueblo por el pueblo es real. E incluso la altamente moral y científica “hipótesis Barbosa”, en estudio para ser incluida en Science, de ser un virus que sólo afecta a los ricos de cuna (no a los nuevos ricos como él, hijos de la política).
Los dos países con los que tenemos más contacto habitual, Estados Unidos y España, enfrentan un crecimiento alarmante de los contagios y los muertos. Incluso se da esta paradoja: en San Diego y Tijuana, ciudades hermanadas por el cruce de frontera más intenso del mundo, el panorama es radicalmente distinto: La pesteal norte, El primer hombreal sur.
Permítanme, por lo tanto, que descarte las causas del “segundo milagro mexicano” y ofrezca una hipótesis, compartida por muchos: el limitado número de contagios es proporcional al limitado número de pruebas. Estamos ante un subregistro colosal de la enfermedad. Vamos a ciegas.
Con esto no trivializo el dilema del gobierno, entre enfrentar la pandemia con medidas extremas (y afectar la economía de supervivencia de millones de personas) o privilegiar la economía popular pese al riesgo sanitario. Entiendo las reservas del gobierno para declarar una reclusión social rígida: la mayoría de la población vive al día, muchas casas no tienen las mínimas condiciones de higiene y los costos humanos de una debacle económica pueden ser mayores que apretar los puños e invocar el estoicismo del pueblo.
La clave sería, en cualquier caso, que el debate entre políticos y científicos en el interior del gabinete no sea determinado por el capricho personal del presidente. Curiosamente una calamidad así, que pone sobre la mesa de nueva la idea de un nosotros colectivo, podría ser la gran oportunidad para el presidente de convertirse en el líder de todo el país. El verdadero Juárez nació con la fatalidad de la invasión francesa: más hijo de los zuavos que de Guelatao. Para ello, tendría que reconocer que sus planes iniciales son irrealizables, que la división de la sociedad entre partidarios y adversarios es inconveniente y que gobernar con gestos y encono es un camino peligroso.
Me gustaría que el sistema de salud estuviera haciendo pruebas a todo su personal para garantizar que la primera línea de frente a la epidemia está en condiciones. Y que trabajara como si ya estuviéramos en el pico de la pandemia. Adecuando camas y hospitales, construyendo nuevos, comprando y fabricando de manera masiva de equipo de protección y respiradores. Y exigiendo el apoyo del sistema privado, con una cuota de camas y equipo a disposición del público en general.
Me gustaría que el gobierno hiciera un llamado a la solidaridad de la sociedad civil. Se llevaría una grata sorpresa. La fuerza industrial y científica de México es enorme. Solo hay que saber invocarla y encauzarla.
Me gustaría que estuviéramos en cuarentena general, con los servicios mínimos garantizados (producción, distribución y venta de alimentos y medicinas) y con normas claras e iguales para todos, con un calendario y una métrica claras.
Me gustaría que hubiera instrucciones nítidas para todos los niveles de gobierno y una coordinación armónica de la federación.
Me gustaría que las decisiones gubernamentales de los próximos meses estuvieran guiadas por la medicina y la ciencia, por los técnicos y no por los rudos del gabinete. Por el cerebro y el corazón, no por la epidermis o el hígado. Me gustaría que le presidente dejara de ser un foco de contagio simbólico para volverse una fuerza moral.
Me gustaría una estrategia de apoyos masivos a las clases bajas y medias, a los micro y pequeños empresarios que incluyera el aplazamiento del pago anual de impuestos a personas físicas (y morales hasta cierto tope) mientras dure la cuarentena.
Si la lógica del avestruz continúa, en las próximas semanas vamos a ver la saturación del frágil sistema de salud, miles de muertes evitables y dolor sin fin, sobre todo en el pueblo llano. México será, además, un país aislado y desprestigiado. Las consecuencias pueden ser impredecibles. Llanto y crujir de dientes, por usar palabras bíblicas.Al presidente de México le importan dos cosas: el amor del pueblo (valor inasible y manipulable por asesores y validos) y su lugar en la historia. Ambas variables están en el aire y, lamentablemente, parecen ser incompatibles. ¿Águila o sol?