Diario de la peste (y 59). Algunas lecciones (no) aprendidas y (no) pedidas de la pandemia

La ciencia está ausente del debate público, de las preocupaciones sociales, de la mayoría de las universidades, de los gobiernos. Las consecuencias son evidentes.

Las estadísticas son materia oscura para los medios de comunicación y los políticos. 

La cobertura minuto a minuto de una catástrofe exagera sus efectos al tiempo que los amplifica. Y hace del miedo el motor de la vida pública.

En las películas apocalípticas las cosas suceden de manera trepidante y vertiginosa. En la realidad, la destrucción es paulatina y vulgarmente cotidiana. 

Negar la realidad no hace que esta desaparezca. Tampoco renombrarla. 

La casa debe ser una fortaleza. La pregunta es cómo proteger a quienes, por la razón que sea, justificado o no, la padecen como una prisión o una pesadilla.

Las oficinas (y su propensión natural a la ineficacia) y sus juntas inútiles (que producen más juntas inútiles) están condenadas a reinventarse o desaparecer. 

El home office desnuda, sin los paliativos de la intriga de cubículo, el lucimiento vacuo o la cháchara vacía, a los ineptos.

El código postal (CP) es menos importante que los megabytes (MB).

Las escuelas presenciales, costosas e inútiles para el aprendizaje, son la clave de la salud social de los niños y del tiempo laboral de los padres. 

El populismo mata. La ignorancia mata. No usar cubrebocas mata. 

Los trámites presenciales son un irresponsable caldo de cultivo. El gobierno online es una necesidad sanitaria.   

La lectura dignifica cualquier encierro, como supo Montaigne antes que nadie.

Solo hay dos soluciones reales: la inmunidad de rebaño o la vacuna. La primera es inmoral. La segunda es impredecible. 

Los gobiernos funcionan igual que los seguros. Solo son eficaces si no hay accidentes. Su rango de acción se mide en centímetros. Los problemas en kilómetros.

Renunciar a las pruebas masivas es razonar como el niño que piensa que se esconde por cerrar los ojos.

Mucha gente estúpida pensaba que lavarse las manos era sólo una conseja para los niños traviesos.

El regreso de la normalidad no puede estar basado en la benevolencia del panadero, sino en su legítimo interés. Apoyar ese egoísmo privado es la mejor tarea pública posible. Pero, ¿cómo le deletreas Adam Smith a un gobierno de fanáticos?

Si el gobierno hubiera licitado correctamente los problemas, en lugar de monopolizarlos, habría recibido una insospechada oferta de soluciones. México es más inteligente y creativo que su gobierno. La verdadera pandemia en México es el narcisismo del presidente y la ineptocracia que lo rodea.

La altruista cuarentena voluntaria de la sociedad civil mexicana desde marzo ha sido desperdiciada con alevosía por el presidente y sus paleros. Miles de vidas rotas y miles de empresa quebradas innecesariamente. Merece un voto de castigo masivo. Para ello es necesario que el cubrebocas no se transmute en antifaz ideológico.

Un voto razonado, libre, no dogmático por cualquier partido o candidato no oficial que impulse el consenso democrático.