Dos héroes mitológicos lograron cruzar la temible Isla de las Sirenas sin sucumbir a su voz, dulce veneno. Odiseo, pidiéndole a sus marineros que se colocaran cera en los oídos, lo sujetaran firmemente al mástil y no lo desamarraran bajo ninguna circunstancia, orden o amenaza. Una vacuna. Orfeo, ahogando sus voces al interpretar con su lira una “melodía estridente y rápida”. Una medicina.
Nunca he entendido por qué a la alarma de las ambulancias se les llama “sirenas”, cuando son justamente lo contrario: sonido molesto al oído humano para que uno se aparte. En lugar de imán, separador.
Tengo grabadas en la memoria los cantos de sirenas de la ciudad de México aquel 19 de septiembre de 1985 y los días subsiguientes. Tenía 16 años y fui brigadista. Vi edificios derruidos, ollas populares en barrios que no sabía que existían, y la rabia a flor de piel. No con la caprichosa naturaleza, sino con la corrupción que hizo que se derrumbaran escuelas y hospitales mal construidos. La preocupación con el Mundial 86 antes que nada, el orgullo mal entendido de no pedir ayuda externa hasta que fue inevitable y el robo abierto y descarado de esa ayuda cuando por fin la autorizaron, fueron el alicate de ese coraje cívico. El movimiento estudiantil dos años después (CEU de la UNAM) y el desafío electoral al PRI del 1988 están vinculados a esa desaparición del Estado mexicano, otrora orgulloso, salvo en un aspecto (los militares patrullaban las calles).
Ahora vuelven las ambulancias. Siento una empatía temerosa por los pacientes, en sus camillas metálicas, atendidos por voluntarios odiseos y orfeos, héroes anónimos, rumbo a hospitales desmantelados, atiborrados, para ser entubados en máquinas que no existen. Esa debe de ser la nueva normalidad, fase infinito. La cuarta transformación, fase “anillo al dedo”. Un terremoto en cámara lenta, cotidiano, del que tuvimos noticia semanas antes de su estrépito. Y dejamos que nos sorprendiera. Vuelve también el orgullo mal entendido. Vuelve la corrupción y la incompetencia. Vuelven las muertes innecesarias e injustas. ¿Volverá la rabia ciudadana?
Y la ciudad, Hades prematuro, un cementerio de vivos y de muertos. De muertos y de vivos.