A oscuras por el mundo
—ciegos de luz obscena—
deletrean su espanto:
no soy un bot, apócope manco
no soy trol, hígado graso
no soy un trébol de cuatro arrobas.
Mudos de impotencia
gritan: “fuego, fuego”
en el gran teatro de los signos
escriben “al ladrón”
en los muros sebosos
de su zafia ortografía
(en su mundo binario
Ucello aún no descubre la perspectiva
por esos sus campanas replican
verga con be de burro).
Son ecos vacíos,
murmullos de silencio,
esquirlas verbales,
sucesivos semáforos en rojo,
paralelas que se cruzan,
trolebús y trolebot,
en el coxis de la incongruencia.
Impávidos ante la redonda
circunstancia, asible, inexcusable
de una naranja y su círculo virtuoso
ajenos al regaliz y su tétrica dulzura
un arete arcaico y traslúcido
no germina en ellos ninguna semilla
sólo flores de obsidiana:
su memorabilia erótica
es un orfeón de cortocircuitos.
Y todos los semestres
como fósiles universitarios
—isótopos radiactivos de carbono catorce—
reprueban sistémicos
el examen de Turing