Probablemente, cuatro de las peores respuestas gubernamentales ante el covid-19 han sido las de México, Estados Unidos, Brasil y España. Las cuatro tienen en común el menosprecio inicial a la pandemia y el menoscabo de las soluciones científicas. Pedro Sánchez, Andrés Manuel López Obrador, Donald Trump y Jair Bolsonaro son un signo de algo más profundo y preocupante.
Más allá de encarnar en ideologías enfrentadas (o complementarias), los cuatro líderes llegaron al poder al representar una degradación de los supuestos valores llanos de la mayoría: diciéndole al pueblo lo que quiere escuchar en el tono en que quiere escucharlo. No se me ocurre una mejor definición de demagogia. Maestros para encarnar los resortes del resentimiento social y buscar chivos expiatorios para realidades complejas, los cuatro narcisos en el poder no tienen ningún conflicto interno al mentir y acomodar los pliegues complejos de los problemas a una visión del mundo estrecha y cómoda, en la que son, lógicamente, protagonistas heroicos.
Para Trump, el problema es la inmigración ilegal y los tratados internacionales de comercio; para Bolsonaro, la herencia de Lula y el PT; para Sánchez, la ultraderecha, y para López Obrador, los conservadores. Estas cuatro grotescas caricaturas, ridículas (o de diván) en situaciones normales, falsas pero verosímiles, se vuelven letalmente peligrosas en circunstancias de riesgo real, como esta pandemia. Los cuatro, además, alientan el victimismo: los problemas fueron creados por otros; tú, humilde ciudadano, no tienes la culpa de nada. Los cuatro líderes, con profundas lagunas culturales y aparentes taras afectivas, representan lo peor de ciertos estamentos sociales en sus países: la soberbia indolencia hacia los otros de cierto tipo de millonario americano hecho a sí mismo; la brutalidad del racismo y la homofobia de cierta casta militar brasileña; el espíritu guerra-civilista de cierta izquierda cerril española y la nostalgia estatista de ciertos nacionalistas mexicanos.
Hasta el coronavirus, las democracias liberales, en países de economías fuertes y diversificadas, demostraron ser los suficientemente maduras para soportar estas altísimas cuotas de demagogia sin sufrir alteraciones mayores (aunque, claro, la democracia mexicana, menos próspera que España y Estados Unidos y asentada sobre peores instituciones que los tres países, era en principio más propicia a sufrir daños estructurales bajo el gobierno iliberal de López Obrador, tanto en términos económicos como de concentración del poder).
Con el covid-19 se quedan estos cuatro charlatanes sin las dos fuentes básicas de sus soflamas, únicas armas que tienen para gobernar. El covid-19 no es un problema heredero del pasado y no tienen a quién responsabilizar, por más que Trump hable del “virus chino”. Desnudos ante la pandemia, toman tarde y mal las sugerencias de los expertos (a los que secretamente desprecian) y no pueden apelar a la responsabilidad ciudadana, porque no creen en ella. Quizá lo más triste de todo, sin embrago, haya sido el celo represor del gobierno español, que, incapaz de hacerse entender y respetar, tartufo y taimado, tiene que recurrir a la policía y la guardia civil para encerrar a cal y canto a toda su población, todo el tiempo, contra la lógica médica y el sentido común, destruyendo una economía basada en los servicios y alentando al chivato de barrio que, incluso bienintencionado, nunca falta.
Cuando se vota por gesticuladores no se les puede exigir razones. Mucho menos hazañas. Rodolfo Usigli lo dijo antes y mejor en El gesticulador:
Nada hay más fácil que convencer momentáneamente a una multitud y arrastrarla operando sobre sus nervios. Lo que importa es la inflexión de la voz, lo dramático de la entonación, no el sentido de las palabras… La palabra es lo que distingue al hombre del resto de los animales, exceptuando a los loros, con los que conviene evitar toda confusión. Piensa en que la palabra suena y muere y que, siendo eterna, en la más efímera de las acciones humanas, a menos que exprese una verdad, una idea justa y un ideal humano…
Brillante. Para lograr el repóker se podría añadir al gesticulador Boris Johnson.
¿Cómo hacer que el individuo reflexione antes de darles el voto ganador?
Interesante e intensa reflexión. Más que nunca, nos hace pensar en nuestras propias fallas sin bases históricas firmes sólidas… Mil gracias!!!