En la entrada de su diario del 2 de agosto del año 1914, Franz Kafka anotó: “Alemania declara la guerra a Rusia. Por la tarde, me fui a nadar”. Esta frase, citada en diversas ocasiones por Vila-Matas, es la desnuda indefensión del individuo ante la tormenta de la historia. De la primera guerra mundial nacerán el vértigo de las vanguardias, pero también el fascismo (y su hijo idiota, el nazismo) y la revolución rusa (y con ella, la caja de Pandora del socialismo real). ¿Cuántas vidas y haciendas destruidas en sus fatuas promesas? Las dos ideologías totalitarias que comparten, pese a estar enfrentadas a cara de perro, el desprecio al individuo, el humanismo y la libertad. Ideologías que sigue entre nosotros, enmascaradas, a la espera de que se debilite el sistema inmune de la democracia para parasitarla.
Esta mañana leí que, si no hay una cura rápida o una vacuna pronto, la “nueva normalidad” del covid-19 puede obligarnos a largos periodos de cuarentena, alternados con etapas cortas menos restrictivas: un cambio radical en la forma en que aprendemos, trabajamos, compartimos y amamos los seres humanos. Delante de nuestros ojos emerge el nuevo autoritarismo: el autoritarismo disfrazado de control sanitario. Vamos a la deriva en el mar de la desolación económica en el que flotamos aferrados a la balsa (¡no tan frágil!) del amor y la cultura. Un cambio de vida tan radical y dramático que no hay forma equilibrada de asimilarlo, salvo con la estrategia básica de los doble AA: sólo por hoy seré optimista, sólo por hoy haré los deberes, sólo por hoy cuidaré de los hijos con amor (y respeto por su futuro), sólo por hoy cuidaré a mis mayores con amor (y respeto por su futuro también). Sólo por hoy honraré la fortuna de vivir con la mujer a la que amo.
Por la tarde no puede ir a nadar.