Al oír que alguien se aproxima a la garita, el centinela pregunta por la contraseña, siguiendo el método aprendido en el cuartel.
—¿Quién vive?
El tímido intruso no contesta.
—¿Quién muere, insiste el centinela?
Y de nuevo, nadie responde.
El centinela, que es rapaz y conoce la o por lo orondo, ordena a su ejército imaginario multiplicar por ocho la vigilancia:
—Recuerden, camaradas, nadie puede pasar hasta que no responda nuestro santo y seña: “¡Que viva López-Gatell!”
Tras revisar el mohoso candado de la vieja verja, regresa a su guarida. Deja la gorra reglamentaria en la punta del fusil, recostado sobre el muro descarapelado, y trata de volver a dar una justa cabezada. Tiene un sueño confuso y rebosante, como la Viga en cuaresma.
Al otro lado de la frontera, el ejército enemigo fuerza la alambrada con unas pinzas y avanza en tropel. Ahora ya sabe que si lo descubren sólo tendrá que repetir en coro: “¡Que viva López-Gatell!”.
—¡padrísimo Riki! breve y contundente… 😉