Uno de los instrumentos clave que utiliza para gobernar López Obrador es la denostación del pasado reciente. Y la promesa de un futuro promisorio. ¿Y el presente? Una lucha desigual contra los poderes fácticos; esa masa difusa de intereses inconfesables, alianzas contranatura y conspiraciones siempre al acecho. El presente es perpetuo, como en Viento enterode Octavio Paz. Pensamiento mítico, circular, sin solución posible. Atemporal, la 4T no tiene banderazo de salida ni final programático. Es una lucha de titanes. Y conforme se comenten errores, algunos nimios, otros monumentalmente costosos, el pasado se va haciendo cada vez más oscuro y sombrío; la lucha, en ese presente eterno, más difícil y desigual.
Pero mañana (“hoy no se fía, mañana sí”) llegaremos a ese no-lugar donde los corderos pacerán junto a los lobos, antes feroces, ahora veganos. Un pensamiento no racional, sobre el que es imposible corregir, argumentar y proponer. Nada se puede cosechar de lo sembrado. Incluso los aciertos propios caen en esa caja trituradora de la dimensión espacio-temporal. La 4T es ese instante infinitesimal que sucede esperando a Godot. La 4T es la no-respuesta del físico cuántico sobre la vida/muerte del gato de Schrödinger. En el presente no hay reformas, triunfos parciales, procesos de mejora, avances de gallo-gallina. Todo es definitivo y crucial. Y nada importa. Ni siquiera una pandemia. Y ya rumbo al precipicio, en plena caída libre (a 9.8 metros por segundo cuadrado), acusaremos al pasado (neoliberal, conservador, fifí, reaccionario, neoporfirista) de no proveer los paracaídas adecuados. Y felices, pueblo bueno y líder con principios, seguiremos soñando con el futuro, quizá con rostro de concreto, pero siempre en abiertas alamedas. ¡Nadie nos arrebatará la esperanza! Seremos flores de asfalto.