
Desde principios de febrero había clara evidencia de que la infección por coronavirus iba a golpear a Occidente de la misma forma en que lo estaba haciendo en Asia. Tiempo para pensar una estrategia común y tomar medidas transfronterizas. Nadie lo hizo y las consecuencias están a la vista. Y lo peor, cada país se rasca con sus propios medios: Europa es un senado de reproches y Estados Unidos, una isla.
Trump (como Bolsonaro) quiso negar la evidencia. Boris Johnson jugó la carta de su inteligencia extrema no compasiva: la única solución es la “inmunidad de manada”, con un detalle que le reveló el algoritmo desarrollado por los matemáticos del Imperial College de Londres: esto podía causar medio millón de muertos y la ruptura del sistema de salud británico. Y reculó a tiempo. Por suerte para él, antes de ser diagnosticado como positivo de la enfermedad.
En España, la incompetencia de Sánchez-Iglesias ha sido manifiesta. La pareja de gobierno desatendió las señalas de alarma, invitó a sumarse a la marcha sobre el día internacional de la mujer a la ciudadanía y permitió partidos de futbol y actos públicos de toda índole hasta el 9 de marzo. Su rectificación ha sido dramática en los gestos e ineficaz en las medidas. Por ejemplo, los sanitarios españoles no fueron protegidos a tiempo y muchos están de baja por el virus. Si esto pasó en España (país desarrollado, democracia plena, sistema sanitario universal), qué esperar de nosotros.
En México, la epidemia nos pega en el peor momento posible. López Obrador desprecia la técnica en favor de la ideología, la ciencia en favor de la superstición, la cultura en favor del folclor (no incompatibles, por cierto), la democracia representativa en favor de la democracia asamblearia y las instituciones en favor de la lealtad personal. Pero lo peor es su relación con la economía. Gobierna con el mantra liberal de la estabilidad macroeconómica (para mí algo positivo) pero desprecia lo que haría posible ese deseo (la inversión de la iniciativa privada). Su verdadero talón de Aquiles, ya antes del Covid-19, es la energía. Para todo fin práctico, la reforma energética ha sido cancelada. Y bajo una quimera de buen nombre, “Salvar a Pemex”, ha desperdiciado recursos valiosos, hoy más necesarios que nunca.
Creo, a diferencia de muchos críticos de López Obrador, que Hugo López-Gatell es un funcionario competente y un médico formado con los más estrictos estándares y que en sus manos (previo lavado exhaustivo) estamos en buenas manos. El problema es otro. El primero (y único) es que la personalidad narcisista de López Obrador se niega a reconocer, incluso ahora, que la pandemia no es contra él, no es una conjura neoliberal ni una iniciativa de Calderón. Su plan es seguir con su plan original, incluida obras absurdas, becas populistas y división de la sociedad en amigos-enemigos. Gobierna sólo con dos herramientas: las conferencias de prensa matutinas (versión moderada del Aló Presidentede ya saben quién) y las giras de trabajo. Micrófono y plaza pública para una revolución blanda que cambie a México para siempre. Pocas alforjas para tan largo viaje. Todo lo demás es conservadurismo o tareas para Marcelo Ebrard. Así que la labor del López bueno es convencer al otro López de que estamos ante un escenario no previsto, no dirigido contra él y en el que tiene que modificar sus pautas de trabajo, pensamiento mágico y relación redentora con la sociedad. Lamentablemente, es epidemiólogo, no psiquiatra. Sólo así se puede entender que tras días de postergar las medidas que se requieren, soltara la frase del sexenio: estamos ante nuestra última oportunidad.
La ilustración: Foto fija de Dos tipos de cuidado, de Ismael Rodríguez, con Jorge Negrete (Jorge Bueno) y Pedro Infante (Pedro Malo).
—no mames doctor, mira:
… imagínate que ves 15 días seguidos a tu médico de cabecera, que durante los primeros 14 te dice que vas muy bien, que estás mejor preparado que nadie en el mundo, y el día 15 te da una receta solemne y te dice que es tu última oportunidad…
¿de qué se trata? 🤨