Buscaba, sin saber si lo que encontraría, un poeta que fuera a la vez optimista, conciso y valiente. Quería conciliar el día internacional de la poesía con el enésimo día de cuarentena voluntaria (mientras nuestro gobierno nos condena científicamenteal contagio). Tenía entonces que ser, por fuerza, un poeta francés de la Resistencia. Lo malo es que algunos de ellos, quizá los mejores, no entendieron nunca que el comunismo de catacumba, certeza necesaria en la clandestinidad, era insostenible a la luz del día, con la brisa fresca de las madrugadas abiertas y el pan rebosante a mantequilla del fin del ayuno.
Y el nombre me vino a la cabeza como un relámpago azul: René Char. Con él, las añoradas mañanas en la Facultad de la Filosofía y Letras de la UNAM a finales de los ochenta, llenas de contagiosa saliva y proximidad. También, la caja transparente de la biblioteca del IFAL, luz racionalista que ocultaba las perversas y amargas lecciones, nunca aprendidas, del pluscuamperfecto del subjuntivo.
René Char, derrotado dos veces: una por su vocación, cuando abandonó una promisoria carrera de estudiantes de finanzas en Marsella por culpa del flechazo de la poesía. Surrealista de la primera ola, dejó a Breton y el movimiento cuando descubrió que la poesía no puede ni debe ser nunca continuación, manifiesto, dogma, sueño o locura de otro. La segunda derrota, cuando, vencido el ejército francés ante el avance nazi, desatendió la movilización general de su escuadra, perdida en Alsacia, y se integró a la incipiente Resistencia, con el nombre en clave de Capitán Alexandre.
Amigo de Camus, Char es el poeta del color y del paisaje. Cierto, su vocación plástica era casi superior a su poesía, salvo que él sólo pintaba con las palabras. Descreyó del comunismo justo a tiempo, con el informe de David Rousset, Universo concentracionario, que demostraba que los campos de concentración alemanes continuaban en el paraíso soviético.
Aún recuerdo esas mañanas leyendo sus Folletos de Hypos, hipnotizado. Eran tiempos en que la historia solo le sucedía a los otros:
[…] Hacer un poema es tomar posesión de un más allá nupcial que se encuentra bien en esta vida, muy ligado a ella y, sin embargo, cerca de las urnas de la muerte.
Es preciso instalarse al exterior de uno mismo, al borde de las lágrimas y en la órbita de las hambres, si queremos que algo fuera de lo común se produzca, algo que sólo era para nosotros.
Si la angustia que nos vacía abandonara su gruta helada, si la amante en nuestro corazón detuviera la lluvia de hormigas, el Canto volvería a empezar […]
¿Cómo arrojar a las tinieblas nuestro corazón anterior y su derecho de retorno?
La poesía es ese fruto que apretamos, madurado, con júbilo, en nuestra mano en el momento mismo en que se nos aparece, de porvenir incierto, sobre el tallo escarchado en el cáliz de la flor.
Poesía, única subida de los hombres, que el sol de los muertos no puede ensombrecer en el infinito perfecto y burlesco […]
“Tenemos” (fragmento, traducción de Alicia Bleiberg).
El buen René… siempre lo recuerdo en el IFAL, con un cigarro en una mano y una torta de milanesa en la otra.