
Mucho se ha escrito de la afición al beisbol de López Obrador, deporte que permite medir la extensión y profundidad de la influencia norteamericana. De las veinte reglas de los Pantalones Cortos de Nueva York de 1845 a las Series Mundiales de la actualidad, la popularidad del juego está ligada a la extensión cultural y militar de los Estados Unidos. El Caribe, clave en el control y dominio de los dos océanos que bañan sus costas; Centroamérica, como una derivada del Canal de Panamá; México y Canadá, por ser fronteras naturales, y, tras la Segunda Guerra Mundial, países con bases militares (Japón y Corea del Sur, principal, pero no únicamente). En nuestro caso, el beis es popular en el norte, con un brazo que baja por el Pacífico hasta Sinaloa, y en el sureste, por ser área de gravitación caribeña. En Tabasco entró por el activo, y después olvidado, puerto de Frontera.
Según diversos testimonios de vecinos de Tepetitán, su pueblo de infancia, López Obrador era una bueno con el guante y aún mejor con el bat. Su jugada preferida lo retrata de cuerpo entero: al niño Andrés Manuel le gustaba robarse home. La jugada más osada y riesgosa de todo el deporte. Un corredor en tercera, con la pelota en manos del lanzador, trata de anotar corriendo desesperado al plato (o home) sin saber qué le depare el destino. O más bien sabiendo que lo más probable es que le hagan fácil out en el intento. También se trata de una de las pocas jugadas de verdad agresiva en un juego que privilegia la habilidad manual y la estrategia a la destreza física. El corredor desde tercera debe llegar antes que la pelota, sólo posible por un descuido imperdonable del lanzador, o intentar forzar la jugada de suerte que el receptor pierda la pelota en el intento de tocar al corredor. Pete Rose fue una leyenda en la forma en que entraba a home.
La jugada tensa al bateador, del mismo equipo que el corredor, que siente la responsabilidad de hacer contacto con la pelota para evitar lo inevitable, con el riesgo de batear elevado y que la jugada, si van menos de dos outs en la entrada, provoque un doble play vergonzoso. Ruina aún más dolorosa por innecesaria: el corredor ya estaba muy cerca de anotar, factible con casi cualquier contacto del bateador, incluso si es out él mismo (y no es el tercer out, con lo que se cerraría la entrada).
Robarse home es casi suicida e innecesario, pero si se consigue es espectacular y consagratorio. Refleja una pulsión autodestructiva, pero también narcisista: pone todos los reflectores en un solo jugador. López Obrador ha intentado robarse home muchas veces en su carrera política. La ocasión más clara fue en 2006, con el “fraude del fraude”, el cierre Reforma y demás intentos de obtener en las calles y plazas lo que habían negado (por muy poco) las urnas. La “presidencia legítima” que se desprendió de ese engendro fue la botarga que entretiene entre actos, pero ésa es otra historia.
Con la crisis del Covid-19, la presidencia de México quiere robarse home. Su inacción, desoyendo consejos y experiencias de otros países, es una apuesta insensata. Taiwán, China, Corea del Sur y Japón han logrado frenar el contagio. Europa y Estados Unidos luchan con medidas extremas por culpa de su retraso inicial. Lo van a conseguir en unas semanas, pero a un costo excesivo. Así pasa con crisis imprevistas. Nadie quiere sacrificar sus certezas. México está en la línea del desastre. Un sistema de salud endeble y debilitado, una población con altos índices de sobrepeso y diabetes, y un gobierno que niega una pandemia que ya está entre nosotros. Como los soviéticos antes Chernobyl, el gobierno de México esconde la cabeza tras una estampa del Corazón de Jesús.
En el 85, tras los sismo del 19 de septiembre, la sociedad rebasó al gobierno. Ahora pasa lo mismo: los ciudadanos están extremando precauciones por sí mismos y haciendo cuarentena voluntaria. Es emocionante. Se multiplican las voces de solidaridad. Lamentablemente, estas medidas serán insuficientes. Se requiere un plan nacional de obligatorio cumplimiento. ¿Qué va pasar cuando en dos semanas los hospitales, de por sí rebasados, dejen morir a los pacientes en las banquetas? ¿Están dispuestos los miembros del Consejo Nacional de Salud a asumir miles de muertes evitables por el capricho de un corredor suicida en tercera base? ¿Nadie en el gabinete va decir nada, incluidos sus integrantes de mayor edad? ¿Quién será el pitcher que rompa el contacto y obligue, por ley, a regresar a la base?
El beisbol profesional es un juego basado en las estadísticas. Las pandemias también. Necesitamos que López Obrador deje sus hábitos de jugador llanero y se vuelva un profesional. No para su anhelo de las Ligas Mayores, pero sí para el juego que fue electo: privilegiar la salud de sus ciudadanos.
P.D. Ilustra esta entrada el cuadro de Abel Quezada El fílder del destino, que resume la soledad compartida, valga el oxímoron, que sentimos muchos en estos momentos.
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